EL MUNDO DESLUMBRANTE

Hustvedt, Siri. El mundo deslumbrante. Anagrama  |  Barcelona, 2014.
408  pp. Papel: 20,90 e. Ebook: 15’99 e.

No presumo de ser un gran lector. Ni siquiera bueno. Elijo los libros —como las películas— muchas veces por la capacidad de sugerencia de sus portadas y por los carteles. Un vistazo rápido me sirve para decidir si me empeño en la lectura, o no, de un texto porque —como hacía decir Cervantes a su Quijote— “hay algunos que se cansan en saber y averiguar cosas que después de sabidas y averiguadas no importan un ardite al entendimiento ni a la memoria”. Y dado que la vida no es eterna, conviene emplear el tiempo de la manera más provechosa para nuestro conocimiento y, por qué no, para nuestro disfrute.

Es por ello por lo que no dudo en recomendaros El mundo deslumbrante, obra de Siri Hustved, americana de origen noruego nacida en 1955. Si tratáis de buscar información en Wikipedia, incluida la edición inglesa porque la española  casi es una broma, os sorprenderéis de que el cuerpo sobre su peripecia vital es mucho más exiguo que su propia bibliografía y la que sus escritos han generado. Por no saber no me he enterado hasta ahora que escribo estas líneas que era la esposa de Paul Auster.

Como no he leído más de ella únicamente podría reflejar cosas tomadas de unos y otros y no creo que eso sea la finalidad de estas reflexiones. Eso sí, deciros que ya tengo preparado para el próximo puente su Vivir, pensar, mirar (Anagrama. Barcelona, 2016) que articula algunos ensayos siguiendo los tres ejes que, también, dan sentido a la obra que comentamos: los vitales (memoria, emoción, imaginación), los que tienen que ver con el conocimiento (filosofía, neurociencia, psicoanálisis, la creatividad como escritora) y los que tienen que ver con el arte donde se enfrenta con el misterio de las obras maestras, sobre cómo las miramos y qué emociones transmiten.

No hablo de su calidad literaria porque siempre he creído que de esto solo es posible debatir cuando leemos en la lengua original y ésta es una traducción de Cecilia Ceriani a la que se han puesto algunas pegas debidas, especialmente, a la propia estructura de la novela. ¿Novela? Tampoco es propiamente una novela. Obra de ficción sí (aunque a veces tienes la tentación de buscar por si acaso se trata de una artista real), pero compuesta como si se tratase de la reconstrucción de una vida a base de entrevistas con familiares, amigos, artistas y críticos de arte, fragmentos de los diarios de la creadora, artículos de periódicos… supongo que escritos con un lenguaje jugoso (que según algunos críticos se pierde en la traducción) propio de cada una de los variopintas fuentes que la escritora, que como buena escritora posmoderna se hace episódica protagonista del relato, dice emplear en su indagación.

Escribía antes disfrutar y quizá no sea la palabra adecuada. El mundo deslumbrante es una obra poco amable la mayor parte de las veces, otras inquietante y no pocas turbadora.

Cuando salí a la calle y levanté la mano para llamar a un taxi seguía paralizada, con el miedo oprimiéndome la garganta mientras miraba a mi alrededor, sorprendida ante lo que estaba a punto de perder, la ciudad, el cielo, el pavimento, los peatones que se movían despacio o a toda prisa, y el color de las cosas. Desaparecerán contigo, todos los colores, incluso los que nunca han tenido nombre pero que pueden percibirse claramente. Unas pérdidas incalculables. Una vez en el taxi, miré la nuca del conductor y su foto pegada en el cristal que nos separaba. Supuse que era de Somalia, un conductor somalí­, y me dije para mis adentros: Él no sabe que lleva a una muerta en el asiento trasero, la lleva a Red Hook, justo una parada antes del infierno.

Dice Harriet Burden, la protagonista de la indagación que lleva a cabo la autora sobre la vida y la obra de una artista de la segunda mitad del XX que de alguna forma pertenecía al mundo visual del expresionismo abstracto y que, en su último grito de rebeldía, termina adaptándose al mundo fluctuante y superficial de la posmodernidad.

Decir que esta novela es un alegato feminista creo que sería poco justo.

Es la plasmación plausible de la vida de una creadora hija de un notable profesor universitario, esposa de un reputado marchante de arte, madre de un hijo que no ha podido superar la sombra de los padres y una hija que se libera de ella gracias a su creatividad como cineasta y a la propia maternidad. Un ser que no pretende ser ni más ni menos que nadie sino él mismo a través de su liberación de una estructura social y cultural masculina que ha impedido su realización como persona pero también como mujer: de haber venido yo a este mundo con otro envoltorio, mi obra habría tenido aceptación o, al menos, hubiera sido tomada en serio.

En uno de sus proyectos ese orgullo de ser mujer puede verse de forma diáfana:

Voy a hacer una casa-mujer. Tendrá un interior y un exterior, de forma que podamos caminar dentro y fuera de ella. La estoy dibujando. Dibujándola y pensando en su forma. Tiene que ser grande y tiene que ser una mujer difícil, pero no tiene que ser un horror de la naturaleza ni una criatura fantástica con una vagina dentada. No puede ser una monstruosidad típica de Picasso o de De Kooning, tampoco una Virgen María. Ni una cosa ni la otra para esta mujer. No. Tiene que ser auténtica. Todo en ella debe ser importante. Y habrá personajes dentro de su cabeza, hombrecitos y mujercitas inmersos en diferentes actividades. Unos escribiendo, otros cantando, tocando instrumentos, bailando o leyendo largos discursos que nos produzcan sueño a todos. Quiero que sea mi Lady Contemplación en honor de Margaret Cavendish, duquesa de Newcastle, aquella monstruosidad del siglo XVII: una mujer intelectual. Autora de obras de teatro, novelas, poesías, cartas, filosofa natural y de una obra de ficción utópica, “Un mundo deslumbrante”. Llamaré a mi mujer “Un mundo deslumbrante” por la duquesa. Anticartesiana, antiatomista con el paso del tiempo, antihobbesiana, una monárquica exiliada en Francia, pero era una monista acérrima y una materialista que no quería, no podía, dejar a Dios totalmente fuera.

Si lees El mundo deslumbrante, y te digo que no te arrepentirás de ello, no esperes encontrar una reconstrucción hagiográfica. La protagonista no es un ser bondadoso. Hay otros personajes encantadores de una tierna humanidad, pero ella no. Tampoco el final es liberador. Se trata de una obra en la que se describe el desolador panorama de una civilización basada en el espectáculo. Un cosmos cerrado en cuyas reglas —que han sido creadas por los propios protagonistas— se saltan cuando conviene porque no se cree en ellas y donde no se es capaz de proporcionar una salida no ya honrada, ni tan siquiera elegante, buscando en el suicidio la última pirueta que justifique una vida artística insustancial. Un sistema que genera un infinito entramado de mentiras sobre las que mienten los propios protagonistas generando un íntimo y diferido dolor como el que causa la descubierta verdad sobre la conducta sexual del marido de la protagonista.

Es, también, una reflexión sobre una creatividad artística esencialmente mediatizada. A falta de autenticidad, a falta de unas reglas de juego que permitan emitir un juicio de valor sobre una obra con independencia de quién es el creador y del contexto en el que se promociona, la falsificación, que juega un notable papel a lo largo del fragmentario discurso, es la única vía de escape posible. No es por ello de extrañar que la máscara juegue un importante papel. Una máscara que oculta pero que, ¡ay! también modela. ¿No es acaso prosopón (persona) la forma griega de decir máscara?

El mundo deslumbrante es, en una visión más general, un  ácido diagnóstico sobre la cultura y el arte actuales.

En ese sentido (Rune) fue un hombre de nuestro tiempo, una criatura nacida de los medios de comunicación que vivía en una realidad virtual, un avatar caminando sobre la tierra, un ser digitalizado. Nadie le conocía en realidad. El comentario que hizo sobre su autobiografía calificándola de «simulacro» es, a la vez, profundo y superficial. Ahí radica el quid de la cuestión. En nuestro mundo no puede haber nada profundo, ninguna personalidad, ninguna historia verdadera, tan solo imágenes sin sustancia proyectadas en cualquier sitio y en todos los sitios simultáneamente. Pronto tendremos artilugios implantados en el cerebro para comunicarnos. La distinción entre realidad e imagen se está desdibujando en estos momentos. La gente vive dentro de una pantalla. Los medios de comunicación social están sustituyendo a la vida social.

El mundo deslumbrante es, para finalizar, un relato certero y desesperanzado sobre una sociedad con la que no podemos por menos que identificar la nuestra y frente a la que la única postura decente es la rebelión.


Por Arturo Caballero Bastardo