LA VIDA SECRETA DE LOS EDIFICIOS

En estas entradas voy a contraponer, hasta donde me sea posible, el arte del pasado con el arte actual o las visiones sobre el arte antiguo frente la mirada sobre arte contemporáneo.

 Y como hemos empezado con arquitectura, voy a continuar con el libro del arquitecto inglés Edward Hollis La vida secreta de los edificios. Del Partenón a Las Vegas en trece historias, Ediciones Siruela, Madrid 2012.

 Estas trece historias no lo son al uso. Histórico es el criterio que sigue a la hora de seleccionar los edificios y cuando transmite sus vicisitudes pero ya no lo es cada uno de los epígrafes desde los que establece su mirada sobre las obras que analiza: El Partenón de Atenas. Donde una virgen termina en ruinas; La basílica de San Marcos de Venecia. Donde un príncipe roba cuatro caballos y un imperio; Ayasofía de Estambul. Donde un sultán pronuncia un conjuro y traslada el centro del mundo; La Santa Casa de Loreto. La milagrosa traslación de la Santa Casa; La catedral de Gloucester. Donde un cadáver da vida a un edificio; La Alhambra de Granada. Donde se casan dos primos; El Templo Malatestiano de Rímini. Donde un erudito traduce un templo; Sans-Souci, Postdam. Donde no sucede nada en absoluto; Notre Dame de París. Donde se instaura el Templo de la Razón; Los Hulme Crescents de Manchester. Donde se cumplen las profecías del futuro; El muro de Berlín. Donde la Historia llega a su fin; The Venetian, Las Vegas. Donde la Historia es así, dije, y se acabó; El Muro de las Lamentaciones de Jerusalén. Donde no ha cambiado nada o casi nada.

Unas y otras, es cierto que de desigual interés y brío narrativo, son elegidas por el autor no por su importancia absoluta como ejemplificadoras de la teoría arquitectónica o de la tecnología constructiva sino como capaces de manifestar los diferentes planteamientos de la compleja relación comitente-arquitecto-edificio-historia-sociedad.

Es un libro iconoclasta tanto por su criterio de selección –basta fijarse en los últimos ejemplos- como en su lenguaje. Y también un libro con altas dosis de apasionamiento: “En el corazón de la teoría arquitectónica hay una paradoja: los edificios están concebidos para durar y, por tanto, sobre­viven a las apariencias insustanciales para las que se crearon. Después, liberados de las ataduras de la utilidad inmediata y de las intenciones de sus amos, son libres para hacer lo que quieran. Los edificios sobreviven mucho tiempo a los propósitos para los que se crearon, a las tecnologías con arreglo a las cuales se construyeron y a la estética que determinó su forma; sufren innumerables restas, sumas, divisiones y multiplicacio­nes, y muy pronto su forma y su función tienen poco que ver la una con la otra.”

Un libro para saborear detenidamente, capítulo a capítulo, para reflexionar sobre la complejidad del concepto de “monumento” (decía Loos, citado por el autor, que la arquitectura no tiene su origen en la cabaña primitiva, sino en el monumento) y especialmente en la emoción que supone para el autor –también para el lector en español gracias a la traducción de María Condor- el enfrentamiento con la obra y con la historia de los protagonistas que han contribuido a su concreción material.

No sé si por ello, o a pesar de ello dado que ya sabéis que suelo huir de las interpretaciones poéticas de la realidad cuando escribo sobre arte o arquitectura, lo recomiendo vivamente porque sus páginas me parece que poseen una notable capacidad de sugerencia sin que debamos desaprovechar los datos que le sirven al autor para urdir la trama de la obra.


Por Arturo Caballero Bastardo