12 de Agosto 2015

María Gutiérrez González ha fallecido

 

FOTO: María junto a su madre Lola, durante el homenaje que le rindió el IES DELICIAS en mayo de 2015

María Gutiérrez González, que fue alumna del IES DELICIAS hasta su graduación en el curso 2014-2015, ha fallecido el día 12 de agosto de 2015, a los 21 años de edad.

La vida de María ha sido una lucha diaria contra la enfermedad: en 2012, con 18 años, sufrió una hemorragia interna en la cabeza provocada por una malformación de nacimiento, no detectada hasta entonces, que provocó la parálisis total de su cuerpo. Trasladada al Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, donde permaneció durante dieciocho meses, logró una evidente mejoría y empezó a recuperar la movilidad.

En enero de 2014, regresó a Valladolid y retomó sus clases en el IES DELICIAS con el objetivo de obtener el título de Bachillerato. Además, para continuar con su recuperación, asistía diariamente al centro de rehabilitación de ASPAYM-Valladolid, y estaba empezando a usar un andador para no depender tanto de la silla de ruedas.

En todo este tiempo María ha estado acompañada de su madre, Lola —que ha sabido transmitirle fuerza y esperanza—, su hermana Cristina y sus abuelos. También ha sentido la cercanía de numerosos amigos y el IES DELICIAS ha velado para que su estancia fuera lo más cómoda posible.

El 12 de agosto María nos dejó para siempre y, al día siguiente, gran número de familiares, conserjes, profesores, alumnos y otros miembros de la comunidad educativa del IES DELICIAS le dieron el último adiós. Ahora, sus restos decansan en paz en el cementerio de Las Contiendas, de Valladolid.

Las palabras son como las cerezas, que coges una y se enganchan todas.

(Ultimo escrito de María Gutiérrez González, publicado en Delikiae.7)

Empezaré por la palabra «gratitud» porque es lo que siento hacia mi Instituto. Esta palabra es sinónimo de ayuda, la que he recibido de mis compañeros, profesores e incluso de las personas que están en la entrada. La expresión «dar las gracias», es una actitud agradecida y verdadera y «pedir perdón», es cuando reconocemos nuestros errores, nuestros fallos. Estas dos expresiones son fundamentales para ser feliz y hacer felices a los demás, porque cambian nuestra manera de ver la realidad y la de quienes están a nuestro alrededor. El término «alegría» puede tener o carecer de sentido en función a cómo somos y cómo avanzamos en el camino; y no es sino la alegría profunda la consecuencia más directa del amor, lo más grande que podemos experimentar, vivir, ¡sentir! Pero también quisiera recalcar el «respeto», que hace posible nuestra dignidad y libertad, al mismo nivel que las de quienes nos rodean. Respeto significa valorar a los demás, descubrir la esencia de la amistad, de la vida en común, la vida familiar y laboral. Es lo que hace posible un ambiente de seguridad y cordialidad y permite aceptar y valorar positivamente a las personas, con sus limitaciones, fortalezas y posibilidades. Es, a su vez, comprender los defectos de las personas y aceptarlos, rechazar la violencia y abandonar el egocentrismo que nos hace creer superiores al resto, estando infinitamente lejos de serlo. La grandeza de las personas se puede medir por su calidad en el respeto que se manifiesta en la vida diaria y nos despierta lo mejor que esta escondido en nuestro interior

Estas palabras son las que nos permiten salir adelante para realizar nuestros objetivos, propósitos y metas en la vida. Con ellas, todos sacaríamos lo mejor de nosotros mismos y provocaríamos lo mejor en los demás. Cada uno podemos hacerlo realidad. Una persona respetuosa tiene amigos en todas partes solo necesitamos mirar hacia lo alto fijando la vista en el cielo, donde nuestra vista ya ni alcanza, y alimentarnos de las grandezas de las cosas: En la vida diaria, en la sencillez de los mil detalles de las personas… Se demuestra en nuestras actuaciones. No podemos vivir pensando que hemos perdido la esperanza, el ánimo, la fuerza para vivir.

Y es cierto: a lo largo de la vida nos encontraremos con personas desanimadas, decaídas y sin ánimo de seguir, pero hay que buscar una alternativa, otro enfoque hacia la vida. Tenemos que ponernos enfrente de nosotros mismos y decirnos lo que diríamos a una persona que estuviera en nuestra misma situación.

Hay poco, quizá, que una joven como yo pueda aportar para cambiar el mundo pero, probablemente, si pueda ayudarte a modificar el tuyo propio. Hay una frase fundamental para mi, un lema, una forma de vida: “En mi vida hay lo que yo pongo en ella”.

EL PAJARILLO Y LA PALOMA

Una mañana una paloma blanca se encontró con un dulce pajarillo. Lo miró
curiosa y le dijo:
-¿Cómo te llamas, pajarillo?
-Ma-rí-a-, respondió tímido el pajarillo con una vocecita, que más parecía un tierno y metálico susurro.
La espléndida paloma blanca al instante sintió un especial afecto por el pajarillo y continuó:
-¡Pajarillo, pajarillo! ¿Puedo hacerte una pregunta?
-Sí, claro–dijo María.-
Llevo unos momentos observándote -continuó la paloma – y me preguntaba por qué llevas una jaula.
María abrió de par en par sus lindos ojos y, lanzando una silenciosa carcajada, le contestó:
-No es una jaula, es una silla con ruedas. La necesito para movermemejor.
-¡Qué chulada! ¡Qué modernaeres! -dijo la paloma.
Cada vez tenía más ganas de estar con el pajarillo y saber más cosas de él. Así que le propuso lo siguiente:
-Si quieres esta tarde quedamos y te enseño a volar.
Ese era el mejor plan que jamás nadie le había propuesto al pajarillo en su
corta vida.
-“A-vo-lar”- repitió lentamente María, sin dar crédito a lo que oía.
-Sí, pajarillo, ¡a volar, a volar! Te espero a la puesta de sol en el parque – afirmó con determinación la paloma.
María acudió a su cita muy animada. “Voy a volar”, se repetía una y otra vez en su mente, “¡a volar, a volar!”.

Al atardecer comenzó su clase de vuelo. La blanca paloma se percató entonces de que las alas del pajarillo eran muy, muy pequeñas. La clase de vuelo iba a ser más difícil de lo que parecía. María se preparó, siguiendo al pie de la letra las indicaciones de la paloma, e incluso se atrevió a confesarle que estaba entusiasmada con este vuelo, porque así tendría la oportunidad de tirar su silla al río.
Era una lección complicada, pero el pajarillo estaba tan dispuesto, tenía tantas ganas de lograr ese reto, que ninguno de los dos se dio cuenta de que ya había anochecido y de que el velo de la negra noche los cubría.
El pajarillo batió una última vez sus alas y, ante la atónita mirada de la paloma, emprendió el vuelo.
Y gritó desde lejos:
-Y ahora ¿qué?, no puedo parar. ¿Hacia dónde me dirijo? No veo casi nada, está muy oscuro ya.
Entonces la blanca paloma con tranquilizadoras palabras le sugirió:
-No te preocupes, pajarillo, y sigue esa estela que está ante nosotros.
-Pero, me perderé – temió el pajarillo.
-No – afirmó rotunda la paloma – “las lágrimas de San Lorenzo te
guiarán”.
Y así fue como aleteando, aleteando con todo su brío, el pajarillo
desapareció de su vista en la Noche de las Perseidas.
Mercedes Sahuquillo
(A la memoria de María Gutiérrez González, alumna del IES Delicias, en Valladolid ,a 13 de agosto de 2015)