SUAVE CARICIA

William Boyd. Suave caricia. Las muchas vidas de Amory Clay. Alfaguara | Madrid, 2015
Traducción: Damiá Alou. Precio: 20,90 e. papel; 9,99 e. ebook

Aunque los británicos no figuran como creadores de ningún paradigma de las grandes corrientes historiográficas de la modernidad, no puede negarse que han mostrado un notable interés por la plasmación del siglo XX que nos han transmitido con rigor en los monumentales trabajos de Eric Hobsbawm  o en las más minuciosas descripciones de Anthony Beevor  por citar dos de las personalidades más incuestionadas en este campo. La fidelidad a los hechos ha generado variantes artísticas que en sus acepciones literarias y audiovisuales cautivan a lectores y espectadores de todo el mundo por la exquisitez de sus recreaciones que encuentran eco exitoso en la gran pantalla. Estoy citando algunas de las que me vienen a la memoria como Retorno a Brideshead (1945), de Evelyn Waugh o Lo que queda del día (1989), de Kazuon Ishiguro. Otro tanto ha ocurrido con la televisión: Arriba y abajo (1971-75) y Downton Abbey (2010-2015) fueron seguidas con fruición y en el cine o en la tele terminarán recalando populares obras como la trilogía de Ken Follet sobre todo el siglo XX (La caída de los gigantes, 2010; El invierno del mundo, 2012; El umbral de la eternidad, 2014) o los folletines de Kate Morton (australiana pero formada en el Trinity College de Londres) que todos conocéis.

Es común pensar que detrás de este tipo de motivación generalmente existe la necesidad de profundizar en el propio pasado como pueblo de gran tradición histórica que es y, en consecuencia, pueblo infeliz como tantos otros. El nuestro, por ejemplo.

William Boyd, nacido en Ghana en 1952 aunque de origen escocés, se formó en Niza, Glasgow y Oxford. Editaron su primera obra, Un buen hombre en África, en 1981 y desde entonces no ha parado de publicar novelas (entre ellas la continuación de la saga de James Bon, Solo, 2013) que se han convertido en bestsellers y de realizar guiones para el cine y la televisión, además de interesarse por la elaboración de vino procedente de sus propios viñedos franceses. Como ésta es la primera de sus obras que leo, disculparéis que no teorice al respecto.

Suave caricia. Las muchas vidas de Amory Clay, (título inspirado en una cita de un falso libro de uno de los amantes de la protagonista) está dedicada a Hannelore Hahn, Annemarie Schwarzenbach, Margaret Michaelis,  Lee Miller, Gerda Taro, Trude Fleischmann, Gloria Emerson, Steffi Brandt, Martha Gellhorn, Constanze Auger, M. F. K. Fisher, Nina Leen, Gerti Deutsch, Lily Perette, Harriet Cohen, Greta Kolliner, Louise Dahl-Wolfe, Renata Alabama, Marianne Breslauer, Lisette Model, Edith Tudor-Hart, Françoise Demulder, Dora Kallmuss, Catherine Leroy, Edith Glogau, Dickey Chapelle, Margaret Bourke-White, Mary Poundstone, Diane Arbus, Rebecca West, Kate Webb o Inge Bing.

¿Cuántas de estas mujeres conocemos? ¿Qué les une a todas? Se trata de periodistas y fotógrafas que han plasmado el rostro del siglo XX. Y esa es la esencia de la novela: trasladarnos la vida verosímil de una fotógrafa británica que discurre, muchas veces en contra de su propia voluntad, por los principales acontecimientos del siglo pasado, en especial sus guerras: La guerra había modelado, dirigido y distorsionado mi vida, hace decir el autor a su heroína.

Abarcar en un solo libro un tiempo tan amplio conlleva, necesariamente, una falta de detenimiento en la descripción de la vida interior de los personajes y del entorno. Acompañan a Amory, fundamentalmente, su padre Beverley, sus hermanos Xan y Dido, su tío materno, Greville (quien le introduce en el mundo de la fotografía), sus amantes (principalmente Cleveland Finzi y Jean-Baptiste Charbonneau), su marido Sholto Farr, sus hijas gemelas Blythe y Annie, sus amigos de juventud y  de senectud y su perro Flim…

Articulada en base a una descripción de su progresivamente deteriorada existencia en su retiro final en una solitaria cabaña de las Hébridas, de los diarios (Tengo la impresión de que todas las historias familiares, todas las historias personales, son tan imprecisas y poco de fiar como las historias de los fenicios. Deberíamos anotarlo todo, llenar todos los huecos, si pudiéramos. Y por eso escribo estas líneas, queridos míos) y de las fotografías realizadas por la protagonista, el personaje va creciendo en complejidad a medida que se desarrolla la novela.

Un personaje que vive como de refilón las experiencias históricas: La Primera Guerra Mundial a través de su padre, el ambiente insustancial de la clase dirigente británica después del trauma que supuso ese enfrentamiento y la sociedad alemana de entreguerras sin darse cuenta nada más que de los aspectos superficiales de una vida disoluta, los años treinta fotografiando moda en New York para revistas de segunda fila. Cubrir fotográficamente el ascenso del fascismo en Gran Bretaña se salda con graves daños físicos que le imposibilitan ser consciente de lo que ocurre en la España de la Guerra Civil; a la Segunda Guerra Mundial llega tarde y se retira pronto del frente; la guerra fría la pasa en su retiro como aristócrata rural fotografiando a la baja aristocracia de su entorno; en la Guerra de Vietnam se consagra como autora de fotografías de la vida en retaguardia y los movimientos de finales de los sesenta y comienzos de los setenta quedan constatados en los aspectos más cutres de la época psicodélica…

Este planteamiento quizá convierte en más plausible su experiencia vital que se refuerza gracias a las fotografías supuestamente realizadas por Amory que marcan su itinerario profesional. En realidad, se trata de una falsificación sobre otra falsificación, muy propia de la sociedad poshistórica en la que nos movemos donde el simulacro es norma y guía. Boyd publicó en 1998 Nat Tate. Un artista americano, 1928-1960 una falsa biografía de un falso pintor expresionista. En el caso de Suave caricia. Las muchas vidas de Amory Clay se intenta documentar la falsedad. Fotografías de autores desconocidos han sido seleccionadas por el escritor como justificación para su trabajo: Primero escribí la novela, inventé toda la vida de Amory. Tengo una colección bastante amplia de fotografías anónimas que he comprado en tiendas de viejo, en mercadillos o en la web, donde hay páginas en las que puedes adquirir fotos en blanco y negro prácticamente por nada. Yo sabía lo que buscaba. Por ejemplo, fotos de prostitutas en el Berlín de los años 20 o de la segunda guerra mundial. Al final recabé unas 2.000 fotografías de las que escogí 73 para el libro. (Entrevista con Elena Hevia, 8 de noviembre 2015, www.elperiodico.com) aunque reconoce que, dado el interés de alguna de ellas, terminó por replantear su narración y aprovechar coherentemente el inopinado material.

La novela es, en cierto sentido, la vida del siglo pasado vista a través de una cámara: De algún modo, sabía que tenía la capacidad de detener el implacable avance del tiempo y conservar aquella escena, aquella fracción de segundo en la que todas aquellas damas y caballeros, ataviados con sus mejores galas, se reían, indiferentes y despreocupados, reflexiona la protagonista. Y este aspecto, más que la peripecia vital recreada, fue el que me llevó a su lectura y a este comentario posterior.

A lo largo del relato se desgranan párrafos sobre la fotografía como vehículo artístico:

—Pero tienes que admitir que hay grandes fotógrafos —dije.
—De acuerdo… Hay fotos memorables. Fotos extraordinarias.
—Así pues, ¿qué las convierte en memorables o extraordinarias? ¿Qué criterio utilizas para juzgarlas? ¿Para llegar a esa decisión?
—No me paro a pensarlo. Simplemente lo sé. Instinto.
—Entonces quizá deberías pararte a pensarlo. Juzgas una gran foto del mismo modo que juzgas un gran cuadro, una película, una obra de teatro, una novela o una estatua. Es arte, mon ami.

También del uso del lenguaje como vehículo de la memoria y, en consecuencia, la importancia de proporcionar un título adecuado que sirviese para dar sentido definitivo a la obra y poderla recordar: si titulaba una fotografía, ésta se fijaba en la memoria de manera más fácil y permanente. Podía recordar casi todas las fotos que había positivado: un archivo de la memoria; un álbum en mi cabeza y, por último, la necesidad de una adecuada presentación del producto: Mientras escribía los títulos y ponía mi firma bajo las fotos, se me ocurrió pensar, y no por primera vez en la vida, que la presentación era la mitad de la batalla si querías que te tomaran en serio.

Hay espacio para la inspiración momentánea:

Cuando se quitó la falda aparecieron unas medias de rejilla y unos zapatos de tacón alto, y al despojarse de la combinación se le cayó el cigarrillo y se agachó para recogerlo.
  —No te muevas —dije, y me fui corriendo a buscar la cámara.

Y reflexiones sobre fotografía creativa: …empecé a sacar nuevas fotos, una secuencia que llamé «Ausencias». Platos limpios sobre una mesa de cocina. Sillas vacías en el camino de grava de una plaza ajardinada. Un sombrero y una bufanda colgando de un perchero. La presencia humana brillaba por su ausencia, pero permanecían sus huellas. O, más adelante: pretendía fotografiar la luz de manera que no te dabas cuenta de que esta se reflejaba en las pozas de marea. Ese era mi nuevo plan, mi nueva obsesión. Lo que quería captar eran efectos de luz: momentos abstractos luminiscentes, como explosiones de estrellas que ningún pintor podría reproducir.

Podemos asistir a un ajuste de cuentas con la pretendida veracidad de alguna instantánea de guerra, en especial la famosísima fotografía de Robert Capa y su miliciano español aunque, de forma sutil, se le critica no por ella sino por otra: mi foto de la muerte de Anthony Sasso es mundana en extremo. El soldado simplemente acaba de recibir el impacto de una bala, y su cara, durante una fracción de segundo, de forma instintiva registra la sorpresa, al darse cuenta de ese hecho. La sacudida del impacto de la bala lo deja un poco más erguido, y la correa del casco se proyecta hacia delante al quedar momentáneamente detenido en su carrera. Más adelante descubrí que la bala entró por la axila derecha y le desgarró la cavidad torácica. Estaba muerto cuando tocó el suelo, medio segundo más tarde. Y yo estaba allí. La foto que tomé después a sus camaradas reunidos en torno al cadáver está sobreexpuesta y quedó borrosa (yo estaba muy afectada) pero es auténtica. Otra foto complementaria de Capa se limita a añadir más interrogantes. Han movido el cadáver. El fondo se ve un tanto distinto. Demasiadas anomalías.

También con la finalidad del trabajo “free lance”: … de repente comprendí el dividendo comercial de trabajar en una zona de guerra (…) La acreditación era enormemente valiosa (…) porque todo eso podía pasar a ser dinero contante y sonante.

Y, por supuesto, la sempiterna dialéctica entre el blanco y negro (para ser más precisos escala de grises) y el color: Entre las pocas fotos que saqué había algunas en color: diapositivas Kodachrome, caras pero que se convirtieron en la norma. Sin embargo, aunque me daba cuenta de que mis fotos reflejaban el mundo tal como era, de alguna forma quería que el mundo fuera como no era: en blanco y negro (…) La imagen en blanco y negro era, de alguna manera esencial, el rasgo definitorio de la fotografía: ahí residía su fuerza, y el color disminuía su arte; paradójicamente, la fotografía funcionaba mejor en blanco y negro, por ser algo tan a las claras antinatural.

La edición española del libro lleva en portada una borrosa fotografía de Amory en los años veinte: No tengo muchas fotos mías —algo muy común a casi todos los fotógrafos profesionales, creo, Dice en algún momento. La foto en cuestión posee un cierto encanto, pero he querido presentar estas líneas con una selección de las carátulas con las que el libro ha aparecido en otros países. Podría dar origen a una interesante reflexión respecto a cuál de todas refleja de forma más adecuada el contenido de la novela. Novela. Una novela es una novela, aunque parezca una tontería decirlo. Si alguien quiere reflexionar en serio sobre el mundo de las imágenes dibujadas por medio de la luz que lea Sobre la fotografía, de Susan Sontag.

Arturo Caballero Bastardo